Ruta por el Hoyo de la Dehesa

(La Acebeda - Madrid)

CRÓNICA DE LA MARCHA

Reunión y salida: Javier Lago, no López, nuevo en la plaza, y Ángel llegan a la Plaza Castilla a las 09:50 horas. Seguidamente llegan JuanMa, Paca y Millán. Al poco aparece Jorge. Abrazos y besos sin lengua entre Ángel y Jorge. En medio de los saludos y efusiones llega una figura sanchopancera que resulta ser un Fernando michelínico. Es recibido con grandes muestras de cariño y misericordia. Para completar el equipo, llega Juana con las tres amigas con las que nos había estado amenazando últimamente: Julia, Rosa y Puy. Algunos habían empezado a pensar, incluso, que eran como el quinto polvo: todos hablan de él pero nadie le conoce. ¡Pues no! Allí estaban. Presentaciones, saludos, selección de coches y puesta en marcha.

Viaje de ida: salida a las 10:15. Tráfico fluido y un sol otoñal espléndido. Vamos llegando por etapas al único bar de La Acebeda. Café y refrescos varios. Algunos practican el rito del cambio de botas y calcetines, otras, inexplicablemente, se abrigan a conciencia. Se empieza a caminar a las 12:00 horas.

Ruta: atravesamos el pueblo y salimos a una pista que iniciamos con buen paso. Un sol cálido nos ilumina relajadamente. Se empieza a fraccionar el grupo al ritmo que la pista toma pendiente. JuanMa se destaca. Juana, Rosa y Puy empiezan a quitarse el exceso de ropa que se habían puesto. A Juana le entra una pájara que la deja sin resuello. Paca y Jorge, que no para de hablar, se descuelgan. Fernando va dando bandazos de un lado a otro con paso inseguro. Millán, Javier y Ángel no saben a que rueda ponerse. En esto, sobrepasamos un grupo formado por un chico enjuto, vistiendo ridículamente un culote de ciclista, y 3 chicas, dignas de una película de Buñuel o Felini. Hacemos una primera parada para reunir un poco al rebaño.

Siguen las quejas de Juana, los resoplidos de Javier y un principio de deshidratación de Fernando, que decide quitase un chaleco acolchado a modo de sudadera antes que le de un sarampión. Todos están contentos del entrono donde se desarrolla la marcha y el día tan brillante. En esto nos adelanta el variopinto cuarteto. Reanudamos el camino. El grupo se vuelve a estirar con JuanMa y Millán a la cabeza, después un nutrido pelotón y, como siempre, Jorge y Paca descolgados. Vamos tomando altura suavemente siguiendo la pista, lo que nos permite magníficas vistas sobre Somosierra y la sierra pobre al otro lado de la autovía.

Volvemos a sobrepasar al esperpéntico grupo que se han detenido a comer. Sí, sin duda. ¡El antídoto de la lujuria!
Llegamos a las instalaciones de agua potable del pueblo, en cuyos alrededores pacen varios caballos que no se asustan de nuestra presencia, pero manteniéndose a una respetuosa distancia. Hacemos una segunda parada cerca de una fuente. Algunos empiezan a sentir hambre, pero se decide seguir y almorzar en el puerto de La Acebeda. Reanudamos la marcha por la misma pista que ahora es prácticamente horizontal y a tramos por debajo de los pinos. Juana se ha recuperado bastante de su pájara. Fernando suda como nunca. Javier dice que empieza a sentir las piernas. Los demás se preguntan con que caminaba hasta ese momento. Jorge y Paca andan perdidos y a lo suyo. Los demás de animada charleta. La temperatura es perfecta y el ritmo adecuado. Todo el mundo parece satisfecho.

En el límite del bosque nos detenemos a refrescarnos y reagruparnos antes de hacer los últimos metros previos a iniciar el empinado, pero corto, repecho que lleva al puerto de La Acebeda. JuanMa y Ángel lo atacan con paso decidido y lo coronan sin mayor problema. Se paran a mirar al resto, que sube con bastante dignidad. Atraviesan la valla pasando a la vertiente segoviana. Buscan un lugar donde protegerse del ligero viento que sopla en el cordal que separa las dos provincias. Finalmente, se instalan tras unas grades piedras al resguardo a la espera de los demás, que van llegando paulatinamente con alguna cara más congestionada que otra, pero todas con gran dignidad. Las vistas sobre la planicie segoviana son impresionantes y reconfortan de cualquier esfuerzo realizado para llegar allí. A nuestros pies Prádena y Arcones. En la distancia, difuminado por la ligera bruma, se erige Pedraza.

Todos se abrigan un poco y empieza el baile e intercambio de manducas y pitanzas: Julia y Rosa ofrecen sándwiches, Fernando tortilla, Ángel queso de cabra, Millán vino, Puy ciruelas, Paca longaniza seca… El homenaje que nos damos es de aliño. Después de un buen descanso y algo de animada conversación toca ponerse en marcha. El regreso es vertiginoso, facilitado porque todo es cuesta abajo, menos Jorge y Paca que se lo toman con calma chicha. A la cabeza arrancan JuanMa, Rosa, Puy y Julia que no paran hasta el pueblo. ¡Parece que les han metido una guindilla por el culo, como a los galgos de carreras! En un segundo grupo Fernando, feliz de si mismo por haber sudado todo lo que quería y más; Millán, risueño con las ocurrencias de Fernando; Juana, recuperada de su pájara y sintiéndose otra vez divina de la muerte; Javier, satisfecho por volver a sentir sus piernas como Rambo; y Ángel, sumido otra vez en su fase autista, siguen a los de cabeza a escasos metros, pero incapaces de alcanzarlos. Decididamente, optan por aquello tan español de ¡qué les den!

Postmarcha: llegada de vuelta a La Acebeda las 15:30 horas. Todos coinciden en que se ha andado a un ritmo adecuado para todo el mundo. JuanMa nos obsequia con una sesión fotográfica. Una vez atusado el pelo y recompuesta la figura, tomamos posesión de la terraza del único bar del pueblo. Ángel gestiona la primera ronda de copas, cervezas y cafés, además de aderezar los gin-tonics El personal empieza a relajarse y las lenguas a soltarse. Se cruzan conversaciones inconexas, formales e inocuas en todas las direcciones de la mesa. Al rato, JuanMa coge las de villadiego. Los demás, después de algunas consultas de reloj y cruces de miradas deciden tomarse una segunda ronda. Las conversaciones se hacen de lo más variopintas y van gradualmente subiendo de tono: Millán y Puy polemizan sobre la corrupción de los arquitectos municipales; Juana nos ilustra sobre la masturbación femenina; Javier nos acongoja sobre el aumento de la precariedad en el empleo; Rosa nos instruye sobre las técnicas de producción del pescado…Se oyen las primeras quejas sobre el ruido que produce un volquete tipo ratona en una obra próxima. ¡También es mala suerte! Aún así, el personal está suelto, dicharachero y motivado para la próxima marcha. De pronto, a Jorge le entra el atufe y provoca la estampida general. Julia pastorea a Juana, Puy y Rosa dirigiéndolas rápidamente a su coche. Millán se lleva a Jorge y Fernando sin más miramientos. Paca, Javier y Ángel se quedan apurando sus copas. ¡El estrés el lunes, que no es poco!

Viaje de regreso: los tres supervivientes buscan una excusa para apurar un rato más por la zona, pero sin ruido. ¡Fácil! Un chocolatito en Buitrago del Lozoya. Llegan en unos escasos 10 minutos. Se dirigen a la plaza. Camino cortado por fiestas. Aparcan donde pueden y se dirigen a una zona donde está congregada una gran muchedumbre. Cuando se aproximan, oyen un cañonazo y varios disparas. ¡Esto es la guerra! Y efectivamente lo era, pero entre españoles y franceses de la época de Napoleón. Se quedan ojopláticos al observar el deambular por las calles de los dos ejércitos con sus uniformes multicolores disparándose balas de fogueo con fusiles de la época.

Dos cañonazos y diez disparos después deciden irse a la chocolatería, a su vez bar y peña taurina. Nos abrochamos unos chocolates con churros recién hechos y nos ponemos en marcha. Empieza a llover, confirmando, una vez más, el buen tiempo que Ángel asegura: todo el día un sol luminoso pero sin achicharrar, y lluvia cuando se está a resguardo. Regreso bastante rápido, con algo de tráfico denso antes de llegar a Alcobendas, que no impide llegar a la Plaza Castilla sin más dilación. Paca se despide. Javier y Ángel se tragan el pedazo atasco que produce en la Castellana el púlpito que están montando en la Plaza de Colón para el desfile del día siguiente. Ángel se reafirma en que lo suyo no es precisamente el militarismo.

¡Lo siento! Quién se quedó perezosamente en casa o en la cama se perdió un relajado y espléndido día de campo. Después se arrepentirán cuando llegue el invierno y limite las salidas,

Besos para ellas, abrazos para ellos.

Ángel