Ruta El Hayedo de Montejo de la Sierra (Madrid)

CRÓNICA DE LA MARCHA

Reunión y salida: la noche anterior el móvil de Ángel sufre un aluvión de disculpas y bajas, algunas vía llamada otras vía mensaje: Almudena, Juana, Paca, Marisol... y, sin duda, la más espectacular de todas la de la co-organizadora de esta marcha: Marga, que manda su mensajito a las 05:54 de la misma mañana. ¿Se estaba acostando en ese momento, después de una dura noche toledana? ¿O se había levantado para mandarlo? Marga, anda, porfa, sácanos de esta duda que nos corroe.

Francina y Ángel llegan a la Plaza Castilla a las 07:30 horas. JuanMa ya se encuentra enclavado marcialmente en el punto de encuentro. A las 07:35 horas llega Millán, saluda cordialmente a JuanMa y se presenta cortésmente a Francina. Ante la cara de incredibilidad de ésta, Millán se percata, por fin, que la conoce ya hace unos cuantos años. ¡Qué malo es el garrafón y el alzeimer para el cerebro! Vista la deserción en masa, no esperamos a nadie más.

Viaje de ida: salida a las 07:40. Apenas hay tráfico en la carretera. Cielo plomizo y ligera lluvia. Paramos a poner gasolina. Encontramos niebla y apenas coches. Cuando descendemos hacia Buitrago desaparece la niebla. Tomamos el desvío de Gandullas sin mayores problemas. Al poco, para desespero de Ángel, el único coche que encuentran va a paso tortuga sesteando por las curvas previas a Prádena del Rincón. Ángel le da el quiebro en la primera recta que puede y los demás, entre risas, cierran sus apuestas sobre lo que iba a tardar en hacerlo. Llegamos a Montejo de la Sierra a las 08:30 horas. Nos dirigimos al Centro de Información donde dan las entradas y en el que ya había una decena de personas esperando.

Como en el mercado, pedimos la vez, esperamos al siguiente, que llegó en breve, y le dejamos con el turno mientras nos íbamos en busca de un bar. Como buen pueblo que se precie no tuvimos que andar más de 2 minutos para encontrar uno. Nos calzamos unos cafés con rosquillas que nos dejaron el cuerpo como un Longines. Regresamos. Nos encontramos con que la cola (de gente esperando) había engordado. Matamos el rato charlando con los demás. A las 09:30 horas abren la oficina.

En pocos minutos, conseguimos entradas para el primer turno, el de las 10:00 horas. Partimos raudos hacia la entrada del hayedo. Aparcamos, nos cambiamos de calcetines y botas, nos abrigamos un poco y ponemos en las mochilas algo para la lluvia por si las moscas.

Ruta: la guía nos recoge las entradas, se presenta como Marivi y, sobre un plano, nos informa sobre la distribución geográfica de los hayedos en Europa y, particularmente, en España, así como las condiciones climáticas que requieren. Iniciamos la caminata. Hay algunos grados sobre cero de temperatura. No llueve ni una gota. A pesar de que los picos de las montañas de alrededor están cubiertos, hay una gran luminosidad que permite ver el bosque de hayas y robles en todo su esplendor y con una relajante profundidad. Simplemente un suave día de otoño avanzado, nada que ver con los malos presagios de muchos.

La ruta, de un kilómetro de ida y otro tanto de vuelta, transcurre a lo largo del río Jarama, que hace unos pocos kilómetros más al norte y que divide en este punto las provincias de Madrid y Guadalajara. El camino está perfecto, bien delimitado y sin barro. La guía nos va explicando con una gran proliferación de detalles y juegos didácticos la historia y características del bosque, además de los animales que lo habitan. Realmente vive lo que cuenta. Hemos tenido mucha suerte: es difícil encontrar un guía que su trabajo le entusiasme y disfrute con él. La imagino mimetizada en el paisaje y en su próxima reencarnación convertida en un pájaro, quizás carpintero, que revolotea entre los árboles.

El paseo transcurre agradablemente dentro de este microclima y espacio protegido que milagrosamente ha sobrevivido hasta nuestros días. Algo más de dos horas después, estamos de regreso en la entrada principal, relajados y satisfechos. Un sentimiento común: ha merecido la pena desplazarse aquí, venciendo todo tipo de perezas y temores. Sin duda, la semana que ahora iniciamos tendrá otro color después de esto.

Postmarcha: procedemos a cambiarnos de botas y a aligerarnos de ropa. A petición de Millán, paramos en el horno de Montejo de la Sierra. Anda buscando unos pastelitos, que le han recomendado, llamados cojonudos. JuanMa y Francina le acompañan por curiosear. Ángel se queda en el coche absorto en sus pensamientos. Al rato regresan los tres exultantes. La señora de la panadería, a la que definen como encantadora, les ha dado a probar todo tipo de pastelillos y de paso les ha colocado varias bandejas y paquetes de dulces, de lo que dicen no importarles nada porque han quedados muy satisfechos.

Seguimos camino a Prádena del Rincón. ¿Dónde? ¡Qué pregunta! Al bar El Rincón. Nos acollamos en una mesa y, entre charleta y risas, nos metemos unas raciones de carne adobada y champiñones a la plancha exquisitas, como siempre, todo ello regado con de Ribera de Duero. Para hacer más fácil el camino.

Viaje de regreso: salimos de Prádena del Rincón sobre las 13:15 horas. Al poco comienza a llover ligeramente. No importa, ya estamos a resguardo en el coche. Cuando alcanzamos la autovía la lluvia ha cesado y aparece el sol. No encontramos apenas tráfico, lo que el retorno se hace sin menor contratiempo. Llegamos un poco antes de las 14:00 a la Plaza de Castilla. Despedidas cordiales y deseos de volver a salir al campo pronto. Se produce la diáspora del personal en busca de sus respectivos coches.

Sé que alguno/a dirá que estaba mejor en la cama, pero os aseguro que os habéis perdido una magnífica oportunidad para disfrutar del otoño en todo su esplendor en la maravillosa Sierra del Rincón.

Ah! Estoy pensando en llevar las disculpas del personal a algún concurso. Seguro que pillamos algo.

¡Salud y anarquía pa’ tos’!

Ángel