Ruta Cascada del Purgatorio (El Paular - Madrid)

CRÓNICA DE LA MARCHA

Reunión y salida:

Angelote y Ángel llegan a la Plaza de Castilla a las 10:00. Vislumbran la marcial figura de JuanMa plantada en la acera. Al poco llega María José algo acelerada. Había decidido apuntarse a última hora. Instantes después y casi al mismo tiempo llegan Millán y Antonio, amigo de Angelote y nuevo en esta plaza. A las 10:10 se da por supuesto que no vendrán más aguerridos caminantes. Hace un sol brillante, pero la temperatura invita a moverse. Nos ponemos en marcha en 3 coches, no si antes comentar María José, con cierto morbo, que es la única chica. Dejamos que Millán y Antonio se pongan de acuerdo sobre quién lleva el coche.

Viaje de ida:

Antes de partir se decide parar en el primer bar pasado El Cuadrón, para tomar café. JuanMa y María José salen de estampida. Angelote y Ángel salen tranquilamente. ¿Estarán enfermos o quizás resacosos? De Millán y Antonio nada se sabe. La carretera algo saturada de tráfico pero sin retenciones. Nos desviamos pasado Lozoyuela hacía el Valle del Lozoya.  Ángel y Angelote encuentran un pesado justo llegando al bar acordado. A Ángel se le cruza un cable, pone el turbo, le pasa y delante de sus narices se desvía hacía el bar. Se bajan del coche y miran hacia la carretera con cierta suficiencia. Para su sorpresa, el coche que acaban de adelantar y medio cerrar es el de JuanMa que también enfila el bar. Educadamente, nadie comenta nada. Hace un frío de pelotas y cae aguanieve, aunque hace sol luminoso. Empiezan las comandas de vinos, bocatas y cafés. Al rato, llegan Millán, alegre y dicharachero, y Antonio, con los pelos como escarpias. Ya sabemos quien conduce. Todos entregados con fruición a dar cuenta de sus consumiciones, empiezan a levantar el ánimo.

Se cuestiona la viabilidad de la marcha: descenso del Puerto de Navafría a Lozoya. Los paisanos de la zona nos dicen que lo que está cayendo no cuajará, que no pasa nada. Qué sólo es frío. Angelote llama la atención del público sobre los platos que anuncia el restaurante: revuelto de setas con gulas, truchas del Lozoya, huevos rotos… en un claro intento de minar la moral del público y disuadir de hacer la marcha. Propone un intercambio de caminata por manduca. Ángel, hasta ese momento absorto en lo que cae en la calle, reconoce que habrá niebla en el puerto y que convendría cambiar de marcha. Al quite, JuanMa propone ir a la Cascada del Purgatorio. El personal lo acoge con satisfacción y alivio. Salimos para Lozoya, donde Millán asalta la panadería-pastelería y Angelote la charcutería. Con el avituallamiento completo, nos dirigimos a El Paular.

Ruta: en el estacionamiento del Monasterio de El Paular, dejamos los coches y hacemos el habitual cambio de botas. Ángel descubre que tiene las uñas de los pies que parecen garras de rapaz. Decide que un día de estos se las cortará. A las 12:00 cruzamos el Puente del Perdón sin disculparnos ni rezar el ángelus. Empezamos la pista que lleva a las piscinas naturales. Algunos niños con padres pululan por los alrededores. Procuramos ignorarlos con suficiencia, no exenta de chulería. Se supone que los domingueros son ellos. A nosotros han sido la adversidad y el infortunio los que nos han empujado a este “paseo” de 6 km. de ida y otros tantos de vuelta. Al final de la pista hacemos un alto para reunir a la tropa. JuanMa y María José destacados y Angelote descolgado.

Hace un magnífico sol y una temperatura muy agradable. Empiezan a desaparecer las prendas de abrigo. Al poco de comenzar la pista de tierra, se encuentra el cartel anunciador que indica que a la Cascada del Purgatorio se va por la derecha. Nosotros nos vamos por la izquierda. No por razones ideológicas, sino porque el camino se convierte en una senda de peor tránsito que la pista habitual, pero su trazado va paralelo al río, entre árboles que comienzan a florecer. Además, libre de gente. El abundante ganado dispersado por la zona nos ignora olímpicamente. Esta claro que este no distingue entre domingueros y esforzados senderistas.

Llegamos a una valla para impedir el paso de las vacas. Todos pasamos por la estrecha apertura a la izquierda de la puerta de alambres de la valla, excepto Angelote al que tenemos que abrir ostensible y ampliamente la verja. Da las gracias educadamente. El paseo discurre entre alegre charla y un fenómeno meteorológico excepcional: un sol radiante y cálido, entre un ligero temporal de agua-nieve. Todos están encantados. El valle se va haciendo más estrecho y resguardado, hasta convertirse en un desfiladero digno de escenario de emboscadas de película.

Hacemos un alto donde se juntan la pista general con la senda que nosotros traíamos. A partir de ahí, empieza otra vez a verse todo tipo de gente, incluido ciclistas a pie empujando la bicicleta por los peñascos. ¡Hay gente pa’ to! Estamos a 1,5 km. de la cascada. Angelote decide quedarse allí, en un idílico prado junto al río que él viene a romper con su rotunda presencia. El resto seguimos y en unos 20’ de camino, pedregoso y algo húmedo, estamos contemplado la Cascada del Purgatorio, facilitado por una plataforma de madera que han instalado recientemente. La cascada lleva abundante agua y carámbanos de hielo translucido flanquean sus paredes, dándole un aspecto de decadente invierno al que la juvenil primavera sustituye irremisiblemente. Una pena que nadie llevase cámara.

Descansamos un rato, pero el frío viento reinante aconseja dar por finalizado el embeleso hipnótico, que como el fuego, produje ver el fluir incansable del agua. Rápido llegamos donde Angelote retozaba como novillo sin picar. Acomodados sobre un mullido prado y calentados por un generoso y brillante sol, comienzan a rondar las viandas que cada uno había traído: queso, filetes, higos, chorizo, tortilla, salchichón…. Cuando el personal estaba ahíto, dimos por concluida la comida y nos dispusimos a tumbarnos y descansar un rato. Algún cagaprisas empieza a decir que es hora de regresar. El personal se despereza poco a poco y en algunos minutos hemos iniciado la marcha, que discurre sin mayores sobresaltos. Volvemos a repetir el ritual de abrir la valla para que pase holgadamente Angelote.

A partir de ahí, como mulas que han olido el establo, no hay quién refrene al personal que acelera incomprensiblemente la marcha. En un pis-pas se alcanza la pista asfaltada, junto a las piscinas naturales, y en tres pasos estamos de nuevo en el Puente del Perdón, que atravesamos sin hacernos notar. Estamos en los coches de nuevo. Total, al final todos muy satisfechos.

Postmarcha: procedemos a cambiarnos de botas. Esperamos a Angelote y Antonio que acaben de llegar. Nos vamos para Lozoya. Aparcamos en una pequeña plazoleta. Nos apoderamos de un rincón en un bar-restaurante-parrillada argentina, donde empiezan a correr los gin-tonics, los pacharanes y los cafés. Angelote explica sus devaneos con la policía y los juzgados por una denuncia falsa sobre un golpe en su coche, el mismo que después la EMT se encargó de retirar de la circulación. Segunda ronda de copas. Angelote sube el tono de sus quejas sobre la justicia, llegando a su máxima y conclusión: ¡En este país se fusila poco y mal! Los presenten le dan ánimos y consejos sobre como solucionar lo de la denuncia falsa: desde romperle las piernas a la interfecta hasta confiar en la providencia. Todos muestran su satisfacción por haber vencido la abulia y la pereza mañanera. Piden a Ángel que organice caminatas más a menudo. Éste les dice que de acuerdo, pero que los demás también podrían, que no se les van a caer las pelotas al suelo por ello.

Viaje de regreso: a las 18:00 horas se produce la diáspora. Millán, para alivio de Antonio, se va a buscar la carretera de La Coruña. JuanMa se queda por la zona. Comente de soslayo que por allí le dan cobijo su hermana y una amiga. Todos, discretamente, eluden pedir aclaraciones. Los demás se arrellanan en el coche de Ángel. Aparte de algún cometario de Angelote sobre la velocidad y ciertas maniobras de Ángel al conducir, el regreso a Madrid se produce entre charleta animada y sin nada digno de resaltar. Despedidas cordiales en Plaza Castilla y Glorieta de Embajadores.

En definitiva, una agradable y fortaleciente jornada de campo.

¡Salud y buen rollito!

Ángel